Anoche, en una conversación de bar, entre mojito y gin-tonic, volvieron a ponerme sobre la mesa el recurrente argumento pro-taurino que reza que los toros de lidia viven como reyes antes de ser sacrificados en el ruedo. El animal se cría al aire libre en espaciosas dehesas y si no dispone de alimento suficiente en la misma tierra por la que campa a sus anchas, los ganaderos se encargan de añadir piensos y forrajes varios a su alimentación.
Este manido argumento equivale a decir que, tras haber llevado a tu hijo una tarde al cine a ver la película de su elección, haberle agasajado con sus dulces y repostería preferidos, y por último no haberle privado de un solo capricho en la mayor tienda de juguetes de la ciudad, uno adquiere sobrada legitimidad para abofetearle antes de mandarlo a la cama.
No creo que los toros pidan una buena o mala vida cuando nacen. Basta con dejarlos en paz. El argumento de que concederle una buena vida a un animal da licencia para divertirse arrebatándosela a puyazos y estocadas es simplemente no válido.
La corrida - Francis Cabrel
An apology to the bond vigilantes
Fa 3 hores